miércoles, 5 de junio de 2013

ITINERARIOS DE LA POESÍA NEOESPARTANA

Periplo de la poesía en Nueva Esparta: esa lengua de mar



Ángel Félix Gómez


                                                        
Ramón Ordaz


            El mar como concepto físico que remite a esa distribución de las aguas en el planeta, tal vez no trascienda la referencia atmosférica, el idealizado aposento de unos coaservados que el curso de los tiempos convertiría en matriz de la vida de la tierra. La ciencia ha hecho del mar uno de sus ostentosos laboratorios. Espacio de la aventura, del viaje, de las metamorfosis. Espejismo, ilusión, misterio, el mar tiene sus héroes, sus descubridores, sus legendarios pasos de uno a otro lugar en la esfera terrestre. Es también lugar del Génesis: el prístino lecho de partos y mitologías y cosmogonías. “...y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar y descúbrase la seca. Y fue así. Y llamó Dios a la seca Tierra y a la reunión de las aguas, llamó Mares.” Noé, por su parte, el escogido por Yhavé para preservar la vida en la tierra, fue uno de esos extraños que navegó los mares a merced de la divinidad. Su periplo vierte en el fabulario del mundo muchos otros microrrelatos del diluvio que tiene como más viejo antecedente la historia narrada en el Gilgamesh. Moisés será el otro salvador bíblico por el camino de las aguas que, valido de milagrosas estrategias, conduciría a su pueblo por las más insólitas cuencas marinas del mar Rojo. Las cantadas y celebradas hazañas de Ulises y Eneas tienen muchas de ellas por escenario el mar. El mar en la antigüedad es otro terrible laberinto, oscuro, casi abismo, que los saberes de entonces poblaban de fantásticos moradores, de monstruos, de inhóspitas entidadaes como Behemot y Leviatán, comparables a las que el mundo virtual del cine y las computadoras ha vulgarizado en nuestros días en los video-juegos. Hasta bien encaminada la Edad Media el mar conservó el límite de lo recóndito, de lo impenetrable, de lo tenebroso. Si una barrera embistieron los grandes navegantes fue esa: irrumpir en las fronteras del Proceloso, del mar arcano. Ese tránsito llenó de gloria a los viajes de Cristóbal Colón y a quienes emularon esa primera osadía sin dejar de lado, por supuesto, los antecedentes de las rutas marítimas portuguesas que se inscriben también en la leyenda del Almirante. El mar, o mejor, los mares del continente americano ofrecieron después de 1492 sus portentos a nuevos ciclos, a ese repensar el mundo que entra y sale por sus vertientes sembradas de acontecimientos. Nuevas historias, nuevas cosmogonías, nuevas miradas y deseos emergieron en los litorales de los nuevos territorios:

                        Después llegó cerca de la isla de Margarita y llamóla Margarita, y a otra cerca della puso nombre el Martinet. Esta Margarita es una isla que tiene de luengo 15 leguas y de ancho cinco o seis (y es muy verde y graciosa por de fuera, y por dentro es harto buena, por que está poblada; tiene cabe sí, a la luenga, leste gueste, tres isletas y dos detrás della, Norte-Sur: el Almirante no vido más de las tres, como iba de la parte del Sur de la Margarita.1

                              Bartolomé de Las Casas, Hernando Colón, Juan de Castellanos son los primeros en datar el nuevo mundo insular. Efraín Subero en su antología de la Poesía Margariteña señala que ésta se inaugura con los nombres de Jorge de Herrera (1543), Gonzalo de Zúñiga (1561) y Pedro de la Cadena (1563). Aún así, el mismo Subero reconoce que “La poesía de los comienzos le pertenece íntegramente a Juan de Castellanos y a su famosa Elegía a los varones ilustres de Indias2. Castellanos hace alusión en su Elegía a los “principales” de entonces, entre los que destaca el nombre del poeta Jorge de Herrera, así como despacha todo un novísimo ejercicio de galantería a las mujeres que habitaban la isla. Catalina de Rojas “en donaire, gracia y en talante,/ allí no vimos cosa semejante”; Ana de Rojas “cuya cara /podía convencer a la de Diana”; Francisca Gutiérrez “cuyas gracias, facecias, cuyas sales/ no hallan semejantes ni aun iguales”; Isabel de Reina “En el cuerpo hermosa y en el alma”. Hasta para las difuntas tiene Juan de Castellanos la palabra celebratoria de sus octavas reales.
                   Después de Gaspar Marcano (San Juan Bautista, 5-1-1781- Maracaibo, 1821), poeta épico que cantó algunas hazañas del pueblo margariteño en la época de la Independencia, habrá que esperar hasta el presente siglo para que algunos nombres comiencen a articular una voz propia, a deslastrarse del fardo heroico de la gesta patriótica, del sostenido peso de una tradición que aún en nuestros días posee sentidas marcas en los diversos ejercicios de la palabra en el hombre neoespartano.
                              Luis Castro, el autor de Garúa, gracias a su paso por la experiencia vanguardista, empieza a alejarse de los determinismos históricos y formales del pasado en la isla. Si bien adscribió su estética a las circunstancias de la época, ya advertimos en él una poética liberada y desprejuiciada, ajena a los retoricismos en boga, inclinada hacia nuevas formas de expresión, poseído de un oficio de síntesis que despeja y abona el trayecto de una escritura poética para aquellos que están prestos a recoger su mensaje boyante. El siguiente poema es evidencia de la búsqueda de Castro:
                                         
                                          El mar
                                          Cínico 
                        no hace más que reír
                                                                          reír
                                                    Sátiro,
                                          posee la playa histérica

                                          Las olas voluptuosas

                                          Copulizan las rocas

                                                Hay espasmos de espumas3
                             
                              Antologizado más tarde en selectas ediciones de sus poemas, Vicente Fuentes (Isla de Coche, 11-11-1898; Caracas,19-3-1954) da para creer que es el poeta que empieza a traducir en su palabra los avatares y maravillas del mar, a extraer del inmenso texto del mar los fulgores de nuevas lecturas. Su poesía dialoga con “la mar resonante”, canta en la noche marina invocando los espectros familiares: “Vamos hacia los puertos poblados/ de mástiles y de extrañas voces,/ hacia aquellas mujeres frágiles/ que a menudo y sonriendo/ dejamos llenas de angustia en los puertos”.4  Sobre su poesía ha dejado un certero juicio el prologuista de su obra, Luis Villalba-Villalba:

Poeta, lo fue indudablemente. Como los malogrados Luis Castro, Navarro González y Jesús Marcano Villanueva, buscó en el arte refugio para sus inquietudes y secretos anhelos. En sus versos, como en Mar de las Perlas de Pedro Rivero o en el Velero Mundo de Lárez Granado, intacta está la huella con que la vida dura del mar estremeciera las más sensibles y recónditas fibras de su espíritu.5
           
Cuál fue la formación literaria de Vicente Fuentes no es algo que nos proponemos ponderar aquí. De su venero otorgamos lugar de privilegio al poema “El bravo aventurero”6, en el que subyace una lectura mítica del universo marino, cierto buceo en la ancestralidad que ofrece en perspectiva cada hombre del mar. El fondo mítico, lavatorio donde el dios expurga sus penas y empieza a parecerse a los hombres en una escala que borra del tiempo todo rastro cronológico.
En el poema “El bravo aventurero” hombre y dios emprenden una cómplice travesía bajo una divisa que así como celebra la beatitud de la llama, la luz que desprenden las metamorfosis, por la huella de los sudarios habla el sacrificio que vuelve símbolo de redención. ¿El cuerpo ensangrentado de Prometeo no se expresa también en los incesantes trabajos del mar?
“Isla” es uno de los tantos sonetos que emerge de la lengua autónoma con que trabaja su tapicería lírica Pedro Rivero. Dice Mircea Eliade que “una de las imágenes ejemplares de la Creación es la de la isla que ‘aparece’ de repente en medio de las olas”7. Es la suya una “Isla” particular de la poesía que emerge y exhibe su nácar y su pañuelo en la arquitectura de catorce endecasílabos. Rivero constituye uno de los poetas margariteños dado a conocer durante las primera décadas del presente siglo que mantuvieron una fidelidad con el oficio, tal como lo haría su contemporáneo Francisco Lárez Granado. Autor de los libros El mar de las Perlas (1943), El Mar de Ulises y Porlamar (1952), El pescador de ánforas (1954), se distinguió por ser un artífice del soneto, distinción anticuada y “superviviente efectivo de la retórica renacentista, de la época moderna”8, como lo juzga Fernando Paz Castillo en un ensayo sobre Rivero; supervivencia que puede reconocerse incluso en autores del presente como Eugenio Montejo. Y es que en cuanto al empleo de recursos poéticos, Pedro Rivero tuvo admiraciones que iban desde su reconocimiento al zuliano Ismael Urdaneta hasta el cumanés José Antonio Ramos Sucre. Advertimos en sus sonetos cuánto constriñe el verbo y la imagen y cómo a la manera de Ramos Sucre se impone la elisión del relativo. Buscaba, como confiesa él mismo en el epílogo de El mar de las Perlas, la “austera elegancia” del autor de Las formas del fuego. Suyos son algunos poemas memorables arrancados  a los espejismos del mar, ese “mar ingente” en el que tiene su oculto ministerio el ancla, la gaviota, la ola. Sabemos que no hay palabras para recoger los misterios del mar, que el trance de la observación ensimismada es inexpresable; sin embargo otro cantor ya referido en líneas anteriores se hará el acreedor de un significativo designio: Poeta del mar.
La decisión de quedarse en su isla, después de haber sido un andariego del mar y la tierra firme, le confiere una singularidad y una autenticidad poco común en nuestros escritores, pero en la que interviene también una contraparte, ya que lo condenó a un no deseado silencio de su obra. Todavía hoy Francisco Lárez Granado es prácticamente un desconocido en la literatura venezolana. Un prologuista de su obra, Jesús Enrique Rodríguez, puntualizaba lo siguiente acerca de lo incierto de ese destino:

Francisco Lárez Granado se ha quedado en Margarita contra viento y marea, sosteniendo una posición de abanderado de la cultura. Desafortunadamente los intelectuales que se quedan en la provincia pasan como cifras sin valor en el campo de las valorizaciones del esfuerzo creador y sólo para vivir en la anonimia9

Las anteriores palabras cobran su vigencia todavía más cuando al producirse su muerte, poca o ninguna repercusión tuvo en el ámbito de la literatura nacional.
¿Quién si no su mirada profunda ha podido cantar al mar con pasión viajera? ¡Sólo la paciencia de sus años sobre esa superficie de zafiro y plata ha podido transmitirnos la emoción de sus aguas interiores! Desde el granado lar, Lárez Granado ha sabido vincularse a la fuerza de sus oleajes, a los ritmos y navegaciones del verso ganado a lo insondable a través de un clímax expresivo que nos familiariza a su vez con el pescador. Con el tesón de las ciudades de mar, con la sed y soledad del trópico insular, con los pregones marinos y con los oficios y las artes de un pueblo. En la poesía de Lárez Granado encontramos la síntesis de lo que es en esencia la insularidad de Nueva Esparta. No tienen los pueblos del mar en nuestro país un cantor de la elevación y diafanidad que conseguimos en su obra.
Un año antes de su muerte sostuvimos una conversación con él, mientras paseábamos por el malecón de Juan Griego. Sus pasos silentes, su mirada infinita prendada a los horizontes, la bondad y sencillez en el habla, su constancia de trovador que todas las tardes iba a conversar con los crepúsculos y la sonrisa de una siempreviva nostalgia nos hace testigo de su oficio. Después de la puesta de sol, arribando hacia las siete de la noche, una mágica luminosidad cubría el cielo septembrino de Juan Griego. El fenómeno celeste lo convocaba al rito de una “iluminación”. Poeta, le preguntamos entonces: ¿Cuál de sus libros le ha brindado más satisfacciones? La región en las olas, nos responde sin cálculo alguno, con serenidad. Hay allí prosa y poesía, crónicas poéticas de ciudades y pueblos, de su playas y lagunas, de sus usos y costumbres, de puertos desaparecidos, hechos de la gesta emancipadora, crónicas del amor y la esperanza. Incluiría también un primer libros Playas y Cuadernos de mar por los muchos trabajos que pasé en Caracas para publicarlos.
Parco en sus respuestas, contundente en sus silencios, a sus años cuánto sabría su humanidad de tempestades y borrascas y de íngrimas presencias por los esmaltados caminos de mar. Tenía la piel de un marino embargado por el misterio, plural y único; uno de esos hombres de un pasado reciente que labraban el costillar de las naves y voluntariosos iban y venían bajo los flujos embriagantes de las conversaciones. “Yo no viviría, nos llegaría a decir, si no hubiera sido poeta. Yo he seguido con mucho cariño este pensamiento de Miguel Hernández: El hombre anda solo por el mundo. Pero en general, no lo sabe. Se da cuenta de la infinita soledad el hombre que, además de hombre, es poeta. Para él están reservadas desde el principio las terribles tempestades de la soledad”.
Esa soledad del hombre y del poeta pudo sobrellevarla Francisco Lárez Granado aferrado a un timón que no todos sabemos gobernar. Soledad también de ese inmenso palimpsesto del que entresacaba las partituras con que iba edificando su obra. Cabalgaba siempre sobre el caballo del mar, su “perenne inquietud”. “Violines en la noche” es una invitación al viaje de impredecibles sonoridades y que debemos escuchar en homenaje al poeta:

Violines en la noche silenciosa y ardiente.
Entre bosques de jarcias luna ambarina baila.
Vibra el cristal marino, vibra el cristal celeste,
Y un vuelo de trinos del litoral se alza...

Uñas de luz pellizcan el cielo de los peces,
clamores de naufragio ruedan a flor de agua,
sus caminos estiran abandonados muelles
y hay una flor de ensueño temblando en cada alma.
Con la emoción del ancla en cruz sobre la proa,
graves navíos se enrumban hacia ignoradas costas,
velámenes de adioses ondean en la ribera,

el viento herido pasa gimiendo entre algodones
y trémulos agudos se escuchan en la noche
como si manos hábiles limaran una reja...10

Después de Lárez Granado que tuvo al mar como su camarada, como afectivo lugar del canto, y por cuyos pergaminos de agua se desplaza la escritura de una libertad que el hombre debe conquistar en su batalla diaria; nombres como los de Ángel Félix Gómez, Gustavo Pereira, Víctor Salazar, Juan Salazar Meneses ofrecen distintas perspectivas de lectura del mar, en los que advertimos desde el tono lírico amoroso de Víctor Salazar hasta el acento elegíaco y desalentador que tiene la presencia del mar y la isla en la obra del poeta Ángel Félix Gómez. De este último son los versos siguientes, en los que la nostalgia del mar es su ausencia y su presencia:

En la casa de los antepasados
se habla del mar
Sólo en los recuerdos de los ancianos
Ya los hombres no son los mismos dicen
y hasta el mar es otro
Las bocas de Trinidad
no asustan a nadie
Ni el mar es el diluvio
que nos separa de tierra
No se izan las velas
ni se sabe de dónde viene el viento.11


Ese “templo del tiempo”12, inmensidad plegable en la razón imaginante; textualidad siempre virgen en el incesante movimiento, vierte también su tinta, tinta de mar, con la que escribe el poeta las más intrépidas navegaciones del espíritu. Las inscripciones del mar las borra la instantaneidad de la luz diurna, la fulminante vastedad de su cromatismo, la cópula nocturna de todos sus misterios, en la que sólo es posible la huella de la poesía, la estela marina de lo que trasciende como sosegada búsqueda en el inabordable palimpsesto. La celebración del mar, el aire festivo que ondea en su superficie, el acantonado asombro que emerge de sus profundidades, el espejeante ondular de las crines del caballo de mar de Lárez Granado o el equinoccio lírico de la navegación en sus aguas a la manera de Víctor Salazar, por decir, comienza a palidecer, a ofrecer una desvaída imagen de litorales y puertos, de apocadas islas en el roturado azul. Se advierte, entonces, un distanciamiento indeseable; un afán que pareciera centrar su semejanza en lo que reza un verso de Valery: “La vida es vasta porque está ebria de ausencia”13.
El poeta Ángel Félix Gómez quisiera, pudiera cantar el mar de sus antepasados, pero su poesía se resiente de una ausencia, de un espacio muerto en los menesteres del mar. De allí sus convulsionadas cartas poéticas en las que tienen lugar destacado los naufragios y los olvidos. Los títulos de sus poemarios transitan un soledoso periplo por el que su palabra zarpa inevitable hacia un mundo de carencias, hacia un lugar que obliga a rememorar los hechizos de una correspondencia con el pasado, donde señalan sus habituaciones los flujos de cierta magia poética del mar. El mar siempre es algo anterior en cualquier conciencia poética. Por esto Ángel Félix Gómez clava sus cenizas en el suntuoso, crematístico presente sin que lo asedie la necesidad de respuesta alguna. El mar, puerto de esperanza, llega abatido a su poesía. En este contexto debemos puntualizar que su obra poética tiene una inflexión importante en la poesía que aborda la temática del mar en la isla.
Inferimos en este breve recorrido cómo los registros del mar en la poesía isleña van desde el sustrato mítico, histórico, mágico, impresionista, hasta el mar de los diarios oficios, mar de pueblos y ciudades en su lírico esplendor y, mar también del desarraigo, del desasosiego y de la pérdida, mar de la ausencia y de la plenitud por todo lo que reverbera de amor en sus costas; mar, en fin, que siempre recomienza como duda, nuevas escrituras emergen, emergerán en páginas de las que dará razón la posteridad. Bajo la luz del faro se advierten los nombres de Magaly Salazar, Carlos Cedeño, Luis Emilio Romero, Luis José Malaver, poetas de la más pronta referencia.

Notas

(1)  Bartolomé de Las Casas. “Capítulo CXXXVII”.En: Alí Enrique López Margarita y Cubagua en el paraíso de Colón. Mérida, coedición Gobernación del Estado Nueva Esparta – Rectorado de la Universidad de Los Andes, 1998, p. 141.
(2)      Efraín Subero. Poesía margariteña. La Asunción (Estado Nueva Esparta), Ediciones del Ejecutivo del Estado Nueva Esparta, 1967, p. 19.
(3)        Luis Castro. Garúa, Caracas, Biblioteca Popular Venezolana, 1969, P. 40.
(4)        Vicente Fuentes. “Cuando haya caído la noche inmensa”. Selección de poemas. Nueva Esparta, Imprenta Oficial, 1974, p. 16.
(5)        Ibídem. Pp. 10-11.
(6)        Ibídem. p. 21.
(7)        Mircea Eliade. Lo sagrado y lo profano. Colombia, editorial Labor, 1996, p. 112.
(8)       Fernando Paz Castillo. “Pedro Rivero”. Reflexiones del atardecer, Caracas, Ediciones del Ministerio de educación, 1964, p. 330.
(9)        En: Francisco Lárez Granado. Poesías completas, Fundaconferry, 1982. p.
(10)      Ibídem. p. 206.
(11)      Ángel Féliz Gómez. Canto de los naufragios, Isla de Margarita, Taller Artes Gráficas      Arpón, 1974. p. 15.
(12)      Paul Valery. “El cementerio marino”. Poetas franceses contemporáneos. Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1974. p. 184.
(13)      Ibídem. p. 186.
(14)   Saint-John Perse. Mares. Caracas, Imprenta Universitaria, 1961. p. 55.

Foto: tomda de jwww.elsoldemargarita.com.ve

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