viernes, 29 de junio de 2012

                     CAMINO A LA ILUSTRACIÓN II
                                   Ramón Ordaz                        

Quien hurga en libros, archivos y documentos aspira algún día a dar con un tesoro de historia desconocida, con algunos de esos eslabones que permitan sacar a la luz los esplendores de una tradición que fue desintegrando la herrumbre del tiempo hasta dejarla sepultada bajo infinitas capas de polvo. Se requiere optimismo y fe ciega en el porvenir, como quien desea la concesión de un último don: alargar su presente. Es esa una batalla que se hace con el corazón, pero que al final la tenemos perdida. Por eso es que, conscientes de la brevedad de la vida, muchos prefieren hacer cortes inteligentes en la Historia, de manera de poder abordar discretamente una época, un período, un lapso histórico concreto; aún así, no se camina por un campo de certeza, sino por el mundo de lo posible. El sabio naturalista francés, George Cuvier, acuñó una frase de incuestionable valor: “Dadme un hueso y os reconstruiré el animal”, la que sustentaba su principio de correlación orgánica. Si extendemos este principio a muchos acontecimientos de la vida en la tierra, a la biología animal como lo hizo Cuvier, por qué no asumir la correlación orgánica en los actos sociales y, entre ellos, la producción de una literatura en cualquier orbe. Muy al lado de la correlación está la idea de inferencia de que se vale un investigador llegado al punto de sacar conclusiones. De la mano con las palabras de Cuvier vamos a intentar aproximarnos a ese pasado cultural nuestro, enmalezado, entre escombros y sombras su fachada, cuyos signos exhiben activa e hidalga memoria en el presente. Para no demorar más nuestro propósito, señalemos de una buena vez que el siglo XVI tiene vastas coordenadas visibles a través de los cronistas de Indias, los viajeros, los conquistadores, los gobernadores y agentes de la corona española que dejaron testimonio de sus pasantías por las colonias americanas. El siglo XVII sigue siendo ese período de nuestra historia que parece haber vivido en hibernación, en el que los acontecimientos no parecen haber alcanzado mayor relevancia y en el que la vida cotidiana aparenta haberse diluido en ese corto itinerario que va de la sacristía a la hacienda, amén de las honorarias valijas comerciales trasatlánticas que fue radicando y estabilizando una casta social y política en el Nuevo Mundo. Para el caso de Margarita es inaplazable hacer referencia al gobernador Bernardo Vargas Machuca (Simancas, España, 1555 – Madrid, 1622), quien sería pionero en introducir transformaciones importantes durante su estancia en la isla. “Resulta, pues, que el Capitán Gobernador –advierte Guillermo Morón citado por Jesús Manuel Subero- transformó la ciudad toda, juntamente con la isla. Afianzó la tradición de casi un siglo con obras públicas, de gran provecho para la ‘ilustración’ de aquella capital. Había llegado a la isla después de una larga carrera de armas y letras”. Vargas Machuca no solo fue un emprendedor de obras de infraestructura en la isla, sino que detrás de su trayectoria de gestor de obras públicas en La Asunción de entonces, estaba el autor de algunos libros que historiaban los acontecimientos de la época. El prólogo de su Defensa de las Conquistas de las Indias fue escrito en la isla en 1612. (Subero, Libro de La Asunción, 1997). Estemos o no de acuerdo con la visión del escritor Vargas Machuca, esa es la historia, y nada ni nadie pueden cambiarla. Estos hechos significativos en la isla, de los cuales no podemos asegurar que carecieron de continuidad, son hoy parte de su memoria ilustrada. Quedaría por añadir el interés que adquiría para los piratas y corsarios que incursionaban y se aventuraban por estas costas del Caribe para un intercambio comercial que estaba signado fundamentalmente por el contrabando. Margarita en ese siglo XVII se distinguía por la explotación perlífera y el tráfico negrero por su puerto más importante. Es este un cuadro resumido de lo que acontecía; pero, en general, suscribimos la síntesis que nos da sobre este siglo Arturo Uslar Pietri: “El siglo XVII es el de la larga espera silenciosa. Nada cambia, nada crece, nada sucede. Vienen y van los gobernadores, se reúnen los cabildos, se cantan los Te Deum y los funerales, pero en el vecindario están los mismos nombres con las mismas tierras”. (Arturo Uslar Pietri et al. Venezuela 1498 – 1810 Caracas, 1965). Con este apacible y a veces turbio panorama entramos al siglo XVIII.

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