viernes, 29 de junio de 2012


         LUIS EMILIO ROMERO: LA CLARIDAD HECHICERA
   Ramón Ordaz


Para un buen lector todo libro es una carta de navegación. En él encontramos las rutas que escojamos, no necesariamente las que presume el autor. Las palabras en un libro, y más si es de poesía, viven su propia errancia; propician los más inverosímiles encuentros con sus lectores y acometen las más descaradas infidelidades con quien los trajo al mundo. El libro como las palabras son huérfanos hasta tanto no dan con la caridad del lector; caridad aquí contiene la pureza y desinterés de la filosofía cristiana, y dejemos en paz cualquier asunto de teología. Pero dando por hecho que la criatura consiguió el padre de adopción, viene luego la ardua tarea de conocerla y advertir los reparos a que haya lugar, para poder amarla sin reservas. Leer un libro es establecer una relación amistosa con un extraño; escribir sobre él es adoptarlo, y adopción, cualquier adopción, implica una entrega y un compromiso, el tácito contrato de esa relación afectiva que mantenemos con el mundo. Un compromiso es lo que hemos adquirido con Luis Emilio Romero, más que con él, con su poemario Pájaro de noche (2007); es decir, que estamos obligados a decir unas palabras como exorcismo para que padre e hijo no sufran las penitencias de las almas en pena. Y decir unas palabras sobre un contrato de adopción no puede prestarse a ligerezas; se piensa dos veces lo que se va adquirir o a adoptar. Pájaro de noche es una de esas criaturas que nos arroja al delirio de pensarlo, más todavía si en el pórtico de entrada nos esperan dos epígrafes: uno del padre de Altazor, Vicente Huidobro; otro del gran fabulador de Crepuscolia y Karbhoro, Chevige Guayke. De manera que el acto sencillo de adopción se complejiza en el trayecto que va del título a los epígrafes. ¡Cómo arma su techo, cómo construye su nido el Pájaro de noche! Ya no es Luis Emilio Romero, sino que son aventados a nuestra lectura un chileno y un ñero, de donde es fácil concluir que nos las vemos ahora con una familia, esa gran familia que es la poesía latinoamericana.
 
Luis Emilio Romero
El pájaro de noche emprende largas odiseas. Basta traer acá la épica nocturna de los guácharos de la homónima Cueva. Dicen los entendidos que huellas de su paso, rastros de su aventura nocturna se han conseguido en Brasil. ¡Cuánta calistenia aérea de Caripe a Brasil!, y cerciorarse al caer el día que las singulares avecillas reposan como míticos celadores en la inmensa roca que les sirve de hábitat. Van de la noche pétrea a la noche celeste. Pensarlo es un acto de ensoñación; una ecuación poética que más vale despejarla acudiendo a un libro de ornitología o leyendo un libro como Pájaro de noche. En alas de un pájaro la noche nos hunde en su misterio, y no siempre son claridades lo que nos trae el día. Al comienzo uno tiene la sospecha de que no es éste pájaro de vuelo, que si bien puede serlo, su presente es la cautividad. Leamos: ya tu recuerdo no me ata al polvo de estos días de exterminios (p. 14); sé que de oírme/ de recobrarme/ ataría a mi lado otra sombra (p. 15); cuerpo resistente para detener el curso desatado (p. 16); La noche me ató a su cintura (p. 24); Ajenas ataduras/ donde la noche denuncia tu presencia/ en la ebria trayectoria/ oliendo tu rostro/ a una corta edad/ del suelo. (p. 33); Lo ata un peso de agua (p.34). Se nos antoja una aliteración: rémora de remeras, y se resiente el pájaro con tantas ataduras; su aerodinámica vacila, pierde orientación su sentido de ser, la libertad. Espectacular pájaro de noche que se metamorfosea como Altazor y que en los tránsitos de su caída padece el extrañamiento de su propio cuerpo hasta extraviarse en la angustia metafísica: Es largo/ aquel gesto de animal/ renuente a la estirpe/ de su cuerpo (p. 27). Poco a poco la claridad del poema, que es ninguna si creemos a Huidobro en Altazor cuando expresa: “Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser”, nos lleva por el camino de la ambigüedad: “La alternancia es su ley, su reino la ambigüedad”, concluirá de su lectura de los pájaros de Braque, Saint-John Perse. Por senderos invisibles, ambiguos, se desplazan los trazos alados de Luis Emilio Romero. Pájaro onírico, vemos cómo esparce su edad entre los insomnios/ que despeja la noche (p. 38). Todos los vuelos, todas las navegaciones, todos los itinerarios fraguan el destino del pájaro en los infinitos horizontes del sueño; porque algo está claro, siempre es noche cuando se sueña, y En la trayectoria de su canto, dice el poeta, germina el día suplicante de otra flor/ La claridad hechicera de nombrar. (p. 39). La claridad a solas no parece tener razón de ser, de allí que la adjetive, desate el nudo que ata al pájaro y le otorgue la condición hechicera de la antigua mántica, de suerte que el acto de nombrar sea también un arte de adivinación, una legitimación de la poesía por la vía del sueño, una carta de navegación para quienes adoptamos el compromiso de lectura, una franquicia para invertir los términos, si queremos: Pájaro de noche, noche de pájaro; una elegante manera de hacerle honor a la alternancia y ambigüedad como heráldica virtual del pájaro que suscribe la poesía.

                     CAMINO A LA ILUSTRACIÓN II
                                   Ramón Ordaz                        

Quien hurga en libros, archivos y documentos aspira algún día a dar con un tesoro de historia desconocida, con algunos de esos eslabones que permitan sacar a la luz los esplendores de una tradición que fue desintegrando la herrumbre del tiempo hasta dejarla sepultada bajo infinitas capas de polvo. Se requiere optimismo y fe ciega en el porvenir, como quien desea la concesión de un último don: alargar su presente. Es esa una batalla que se hace con el corazón, pero que al final la tenemos perdida. Por eso es que, conscientes de la brevedad de la vida, muchos prefieren hacer cortes inteligentes en la Historia, de manera de poder abordar discretamente una época, un período, un lapso histórico concreto; aún así, no se camina por un campo de certeza, sino por el mundo de lo posible. El sabio naturalista francés, George Cuvier, acuñó una frase de incuestionable valor: “Dadme un hueso y os reconstruiré el animal”, la que sustentaba su principio de correlación orgánica. Si extendemos este principio a muchos acontecimientos de la vida en la tierra, a la biología animal como lo hizo Cuvier, por qué no asumir la correlación orgánica en los actos sociales y, entre ellos, la producción de una literatura en cualquier orbe. Muy al lado de la correlación está la idea de inferencia de que se vale un investigador llegado al punto de sacar conclusiones. De la mano con las palabras de Cuvier vamos a intentar aproximarnos a ese pasado cultural nuestro, enmalezado, entre escombros y sombras su fachada, cuyos signos exhiben activa e hidalga memoria en el presente. Para no demorar más nuestro propósito, señalemos de una buena vez que el siglo XVI tiene vastas coordenadas visibles a través de los cronistas de Indias, los viajeros, los conquistadores, los gobernadores y agentes de la corona española que dejaron testimonio de sus pasantías por las colonias americanas. El siglo XVII sigue siendo ese período de nuestra historia que parece haber vivido en hibernación, en el que los acontecimientos no parecen haber alcanzado mayor relevancia y en el que la vida cotidiana aparenta haberse diluido en ese corto itinerario que va de la sacristía a la hacienda, amén de las honorarias valijas comerciales trasatlánticas que fue radicando y estabilizando una casta social y política en el Nuevo Mundo. Para el caso de Margarita es inaplazable hacer referencia al gobernador Bernardo Vargas Machuca (Simancas, España, 1555 – Madrid, 1622), quien sería pionero en introducir transformaciones importantes durante su estancia en la isla. “Resulta, pues, que el Capitán Gobernador –advierte Guillermo Morón citado por Jesús Manuel Subero- transformó la ciudad toda, juntamente con la isla. Afianzó la tradición de casi un siglo con obras públicas, de gran provecho para la ‘ilustración’ de aquella capital. Había llegado a la isla después de una larga carrera de armas y letras”. Vargas Machuca no solo fue un emprendedor de obras de infraestructura en la isla, sino que detrás de su trayectoria de gestor de obras públicas en La Asunción de entonces, estaba el autor de algunos libros que historiaban los acontecimientos de la época. El prólogo de su Defensa de las Conquistas de las Indias fue escrito en la isla en 1612. (Subero, Libro de La Asunción, 1997). Estemos o no de acuerdo con la visión del escritor Vargas Machuca, esa es la historia, y nada ni nadie pueden cambiarla. Estos hechos significativos en la isla, de los cuales no podemos asegurar que carecieron de continuidad, son hoy parte de su memoria ilustrada. Quedaría por añadir el interés que adquiría para los piratas y corsarios que incursionaban y se aventuraban por estas costas del Caribe para un intercambio comercial que estaba signado fundamentalmente por el contrabando. Margarita en ese siglo XVII se distinguía por la explotación perlífera y el tráfico negrero por su puerto más importante. Es este un cuadro resumido de lo que acontecía; pero, en general, suscribimos la síntesis que nos da sobre este siglo Arturo Uslar Pietri: “El siglo XVII es el de la larga espera silenciosa. Nada cambia, nada crece, nada sucede. Vienen y van los gobernadores, se reúnen los cabildos, se cantan los Te Deum y los funerales, pero en el vecindario están los mismos nombres con las mismas tierras”. (Arturo Uslar Pietri et al. Venezuela 1498 – 1810 Caracas, 1965). Con este apacible y a veces turbio panorama entramos al siglo XVIII.

jueves, 28 de junio de 2012

Foto: http://ceipac.gh.ub.es
Este portal tiene el propósito de difundir los valores culturales de las islas de Margarita,Cubagua y Coche. Se darán a conocer a través de este sitio trabajos de investigación, estudios, valoraciones, ensayos, textos literarios en general que muestren al hipócrita lector -Baudelaire dixit- las dimensiones histórico-culturales del pasado y del presente de estas gloriosas islas. Ramón Ordaz.